sábado, 13 de abril de 2024

HABITAR UN DOLOR.

 






 

Habitar un dolor

es como pasear un largo invierno

huyendo de miles de paisajes fantasmagóricos.

 

A veces eso es lo único

que me dejaste: un fantasma

con el que hablo a dentelladas.

 

En ese hueco, marcado por los años,

me estremezco y me hiero

a partes iguales. Nada responde

sino el aullido temerario.

 

Te escribo desde las fauces del lobo,

cuando agoto el vaso y tu paciencia,

y me meto dentro del laberinto,

y me escondo detrás de la puerta del váter

huyendo de mí mismo, cobijado

en cientos de preguntas.

 

Pero tú no entiendes nada. Jamás entendiste.

Es una bola de nieve la que me empuja,

todas mis paranoias y mis pactos,

tus silencios arraigados, la temeridad

del sábado noche en mundos antagónicos.

 

Tú bebes para desmembrarte, luego te cogen

de la mano tibia y te besan,

te llevan de viaje, te hacen reír.

 

 

En una Polaroid queda enmarcado el recuerdo,

la infatigable verdad de los hombres

y el amor preciso. Gotas intermitentes

de placer o deseo. Y nunca estoy en esos planos.

 

Estoy viviéndote la vida aparte. Eso me pesa

como un verano invencible.

 

Todos valen más que yo, pequeños dioses

a los que amamantar. A ellos no les pones muros,

no les cierras la celda con llave,

incluso celebrarán tus cumpleaños –imagino-.

 

Todos me parecieron de carne o eso creo:

Pequeños dioses en la tierra.

Me haces sentir a kilómetros

de lo que alguien puede darte.

Me talas las piernas, me aplastas

contra el cemento. Ya me secaste el corazón

hace ya lustros.

 

Habitar el dolor y escupirlo

me va a costar perderte.

No conozco nada de ti: solo la angustia

a tus silencios.

 

Ya no conozco nada de ti en lo real. Sólo el poema

mantiene el vínculo:

la oración desnuda inquebrantable.


https://www.youtube.com/watch?v=NQZhHkeYuwg



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