domingo, 8 de marzo de 2015

ROMA.




La pólvora que dejo en tu corazón desvencijado
como una Roma en ruinas, allanamiento.


Trataba de entenderme entre las piedras
y las desolaciones. En el cuarto de luna creciente
yo me colgué de un imposible.


Habitábamos las cuatro esquinas de ese cuarto
con miedo a delatarnos. Tantas veces
tuve la verdad en la boca y la dejé caer.


Tantas veces
rompí los jarrones contra el hombre del espejo,
moribundo peatón que jamás desentona
entre las tímidas luces de la noche.


Crucé pasos de cebra sin mirar
deseando que hicieran el amor
los muñecos del semáforo.


Pensé que cuando se profana un cuerpo
ya es tuyo para siempre,


no se dónde más, en qué milagro de la carne,
a cuantos cientos de kilómetros, en qué otros rostros
miserables.


Pero siento cada uno de esos cuerpos
en tu último abrazo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario