domingo, 6 de enero de 2013

TREINTA Y NUEVE.





















Esa fue la última vez que la vi. “La calle de los cambios”, nunca mejor dicho. Seis años después todavía me pregunto si valió la pena todo aquello. Se me pone la piel de gallina al recordar aquellas noches y lo que me costó desprenderme de todo aquello. Me estaba equivocando una y otra vez, destrozándome contra ni se sabe qué, utilizando un alter ego para pasar de largo ante la decisión más crucial de mi vida: salir del mundo de los muertos y volver a ser persona. Sí, ya sé que con el tiempo todo se ve de otra manera. Pero en aquellos vacíos y desesperanzas recuerdo haberlo pasado mal y haberme desgañitado en vano. Nunca quise ser un mártir, pero creo que de aquel amor acabé siéndolo. Tampoco hubiera sido lo que soy ahora sin aquellas faltas, esas obsesiones. Dicen que una persona es todo lo que absorbe. Se llevaron mis ojos la carne trémula y el desasosiego. Supongo que ella se llevaría mi paz. Entre todo aquello quedó una persona desnuda frente al mundo con muchas locuras en la cabeza y un rompecabezas interminable. Si me apartaba de esa vida, me sentiría vacío y solitario y encima sin un camino que seguir. Traicionaría a todos aquellos que brindaban por mis fracasos, que incluso me mandaban cartas esperando nuevos versos, tragedias, desesperanzas. Si dejaba de lado todo aquello, sería un escritor desubicado. Qué hacer a los 33 años si dejas lo que más amas y necesitas: escribir. Subirme ahí a cantar y transformarme en un personaje adicto a la ternura. Vomitar cientos de palabras y ahuyentar los monstruos. Era un diablo de alma buena, el canalla del ayer vilipendiado. Y aunque lo hubiera intentado, hubiera fracasado en el intento. Porque como ya dije más de una vez, a veces siento que escribo para ellos, y porque en el fondo es difícil aprender a cuidarte cuando tú estás el último en la lista de las cosas que te importan. Hubo otras, que duraron menos. Cientos de tratados de soledad codificada. Cientos de caminos nuevos que intenté realizar con otras pero me costó bastante. Recuerdo haberme enamorado de Sara y haber recobrado sensaciones ya dormidas. Sí, hubo un tiempo en el que volví a ser feliz y me daba para el pan y las pasiones. Había recobrado la luz en los ojos, dejé la droga definitivamente e incluso nos instalamos en una casita en el centro. Fueron los tiempos de rodar con la banda y sacar los dos discos. De repente esos cientos eran miles, los conciertos se llenaban de gente de todo tipo. De repente ya no era un rapero más sino un escritor maduro y consecuente. Cada tema era un himno y cada nueva canción un reclamo. Tenía claro desde el primer momento que no me podía fallar a mi mismo. Yo contra mi en el espejo del baño. Sobornar a la mujer anterior para que me de cuerda un ratito más. Sujetar la tristeza con pinzas, lo justo para seguir creando alguna letra preciosa que mis músicos arroparan. Habíamos pasado del desparrame juvenil a ser una auténtica banda de rap-roll´ o como cojones quieran definir mi música. Y en ese tiempo los poemas ya no me hablaban de ella, ni mi padre llamaba preocupado para decirme que me cuidara, ni mi madre rompía mi silencio a voz en grito. No, por una vez ya no me estaba arrastrando y era yo quién tiraba de ellos y sacaba mi puta vida a flote con mi talento. Todo era perfecto. Lo había soñado y escrito así. Y ni siquiera tenía tiempo a pararme a pensar qué coño sería de su vida. Si la habían hecho feliz. Si alguien había cogido ese tren o se había tomado la molestia de quedarse sin preguntar. Me prometí no escribirla en mucho tiempo. No preguntar por ella. Yo sé que ella seguía escuchándome, lo palpaba. Siempre había existido una química especial que nos conectaba. Yo la sentía cerca como había sentido mucho antes su ausencia, sus pocas ganas de jugar conmigo. Seguro estaría cohabitando con la literatura sucia. Seguro que se habría dejado las ropas de mujer en la entrada y estaría subastando su tiempo en alguna cama turbia y en algún cuerpo inteligente. Nunca podría haberme perdonado lo contrario. Pero como todo amaina y todo pasa aquellos años de éxito acabaron terminando. No sé por qué extraña razón después del segundo disco y de la gira hubo problemas internos imposibles de cerrar. Sara tampoco veía que yo daba el paso definitivo y acabó dejándome tirado para variar. Ahora que todo parecía ir viento en popa. La música me había abandonado. La chispa estaba haciendo las maletas. Sólo quedábamos mi poesía y yo. Y fue que ahí volvió a aparecer su recuerdo pulcro y sin lastrar de entonces. Como por arte de magia la busqué debajo del folio y allí estaba. Detenida en todos mis fracasos junto a todas las mujeres de mi vida que se quedaron conmigo no sé dónde. Parecía que no se había ido pero por sus ojos habían pasado muchas horas de distancia y duelo. Yo que siempre la quise encontrar igual. La cogí del talle y le cerré los ojos. La puse en la palma de la mano y sople sobre todo su cuerpo. Había encogido hasta hacerse pequeña entre mis dedos. Colgaban sus piernas por el extremo del meñique. Sonreía y comprendí mis precipicios, las cosas que ella intentó explicarme.  Había salido de esa mierda y aún así resbalaba por mis manos. No era cuestión de encontrarse, sino de encontrarnos, algo imposible. Sin decir una palabra fue deslizándose hasta que se quedó agarrada con sus brazos a mi uña. Yo le dije, tengo un poema para ti. Aunque haya pasado mucho tiempo. No hizo ningún esfuerzo por agarrarse. Yo buscando lugares que la diluyan de mi memoria y era tan sencillo como dejar que se soltara sin preguntas. Simplemente se desvaneció y lo único que pude oír fue el eco de mi nombre resonando. Una voz triste y despierta se iba con ella. Y ni siquiera ha sido un sueño. Tampoco un encuentro. Y esa ha sido la última vez que la he traído.



4 comentarios:

  1. Intenso. Preciosísimo. De verdad.
    Lo único bueno de las ausencias es la creación.

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  2. muchas gracias, he estado ojeando el tuyo. es ciertamente muy interesante. saludos!

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  3. Inspira mucho ésto, sinceramente. Muy bueno.

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  4. Me identifica mucho. Me ha encantado.

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