Entonces le
dije: podria follarte solo con palabras pero es demasiado filosófico para mi
polla. Por entonces ya habíamos aparcado un jueves más en la retina de los
crápulas, ya te había quitado el sueño y habíamos dejado atrás un club de jazz
que huele a ausencia pero que sabe a humo. Por entonces ya caminabas borracha
desde que tu conciencia intentaba ponerte salvo pero tu coño me tenía entre ceja
y ceja y tú sabías que yo era demasiado fuerte para engañarte.
Me gustaba
tu cocina. Me gustaba empotrarte en aquellas noches al ritmo de una cama sorda.
Y sin embargo puse toda mi ternura entre tus piernas y soñaba despertar allí
sin que la cruda realidad se adelantara a los primeros
compases del día.
No hay nada
mas importante que mi ciego. Mi ciego y yo, como una novela de Paul Auster
dirigiéndome hacia el vértigo y el vicio después de perder tres manos en una
timba de póker. Y como atrapa eso, y como enreda saber que tu otro yo necesita
que te vayas para volver a reengancharse.
Desde
entonces ha pasado una tormenta de tiempo y todavía no se a qué agarrarme.
Puedo soltarte el collar ahí, en la ciudad, para que puedas respirar que no me
tienes, descarnizarte entre verso y verso al ritmo de gin tonics y canciones
eclécticas. Puedo pudrirme en la lejanía como un amante insatisfecho que ruega
por su alma en día de difuntos: "disfrutó el cabrón pero se atropelló con
su propia prisa".
O puedo
creer que un día decidimos encontrarnos en el medio de este nuevo viaje, de
esta cuerda que alzamos los dos y que poco a poco se fue convirtiendo en mi
maná. Porque cuanto más te alejas, cuanto más asumes mi tristeza, más difícil
es despedirme del poema. Cuanto más nos acercamos a esa mitad de cuerda, a ese
equilibrio que me cuenta que puedo tenerte enfrente y no desgarrarte los
labios, más se me dilatan los versos, se me enamoran mis dos enfermos y se me
acaban los libros.
"No
intentéis hacer esto en casa", les dije vacilándoles. No sirvió de nada.
Los chicos ya aprendieron la lección, como tú en aquel banco de Madrid. Por eso
me gustaba tu cocina. Tu cocina después del todo por el todo, del no te salgas
nunca. Era como saber que estábamos creciendo juntos y habíamos dejado la
inmadurez ayer entre esas sábanas. Era como saber que fornicar era igual a
follar pero también podía ser hacerte el amor o no hacértelo.
Era como
llorar en la cola de aquel concierto que no vimos, pero que luego si vimos y
lloramos.
Era como
romper hoy al ver que de haberlo sabido...
No hay comentarios:
Publicar un comentario