miércoles, 25 de enero de 2012

SALVACIÓN DEL POEMA.








Tuve que volver de dónde no me había ido.

Siempre sometiéndome a esta ruina
que es ver caer el día en el asfalto
y no ofrecer consuelo alguno.

Siempre entre válvulas de escape y ceniceros,
camisas rotas por el desamparo
de ver en ti el silencio roto y desbocado.

Soy el poeta corrupto de la urbe,
el infame recluso en la avenida del desorden,
allí dónde la luz está pudriéndose en mis ojos.

Ojos del crímen que no cometí,
de la atroz barbarie que es no matar mis ansias
y dejar que tu cuerpo sangre calle abajo.

Vuelvo al lugar de los hechos, a los intermedios
entre aquello que una vez quisimos ser
y la mierda en que nos convertimos.

Vuelvo al paraíso de los frívolos, al ser humano
despojado de la infancia y de los sueños,
a las lagunas mentales donde la mujer
tuvo mil nombres y me dejó con uno
arrinconándome en su lecho.

Amor como miseria y como drama,
Ayer como el presente que nos huye,
mañana no sabremos dónde fueron.

Quizá se encuentren los insomnes y las zorras
en un encuentro calavérico y moderno.

La noche es patrimonio de los débiles,
flaqueza ineludible de los tercos,
filósofos perdidos entre cánulas y barras.

No hay nada mas interno que esta lucha,
la carne contra el sexo
hasta que el tiempo nos escupa y abandone.

Yo tuve en mis manos otra vida
pero tuve que dejar que la casaran con la muerte
y eso fue lo que quizá salvó el poema.

Debajo de tres cruces hay un llanto
rogando por la exhalación del otro:
aquel que no te odia pero casi.




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