Tuve que volver de
dónde no me había ido.
Siempre sometiéndome
a esta ruina
que es ver caer el
día en el asfalto
y no ofrecer
consuelo alguno.
Siempre entre
válvulas de escape y ceniceros,
camisas rotas por el
desamparo
de ver en ti el
silencio roto y desbocado.
Soy el poeta
corrupto de la urbe,
el infame recluso en
la avenida del desorden,
allí dónde la luz
está pudriéndose en mis ojos.
Ojos del crímen que
no cometí,
de la atroz barbarie
que es no matar mis ansias
y dejar que tu
cuerpo sangre calle abajo.
Vuelvo al lugar de
los hechos, a los intermedios
entre aquello que
una vez quisimos ser
y la mierda en que
nos convertimos.
Vuelvo al paraíso de
los frívolos, al ser humano
despojado de la
infancia y de los sueños,
a las lagunas
mentales donde la mujer
tuvo mil nombres y
me dejó con uno
arrinconándome en su
lecho.
Amor como miseria y
como drama,
Ayer como el
presente que nos huye,
mañana no sabremos
dónde fueron.
Quizá se encuentren
los insomnes y las zorras
en un encuentro
calavérico y moderno.
La noche es
patrimonio de los débiles,
flaqueza ineludible
de los tercos,
filósofos perdidos
entre cánulas y barras.
No hay nada mas
interno que esta lucha,
la carne contra el
sexo
hasta que el tiempo
nos escupa y abandone.
Yo tuve en mis manos
otra vida
pero tuve que dejar
que la casaran con la muerte
y eso fue lo que
quizá salvó el poema.
Debajo de tres
cruces hay un llanto
rogando por la
exhalación del otro:
aquel que no te odia
pero casi.
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