“Los
penúltimos días están llenos de luz
aún,
y quiero retornar, de los ojos del niño
que
murió, los pájaros aquellos.”
Francisco
Brines.
El tiempo se
mantiene inalterable
y nosotros
seguimos cometiendo los mismos errores.
Bebimos de los
sueños más espesos,
profanamos sin
saberlo ataúdes de luna
y la noche se
derramó
como un trago en
nuestros labios.
Fuimos huéspedes
de la aldea
que amansa
infatigable a los hombres,
que reduce los
versos que escribimos,
que provoca
huidas y desidias
deploradas tras
un seco disparo de ignorancia.
Y nos quedamos
distantes
a la puerta de
un futuro al que acogernos.
Mancillemos
entonces las respuestas
para limpiar de
ironía los fracasos en la frente,
dejemos de
querernos en silencio,
volvamos a ser
luz en el próximo verano,
en el sórdido
poema que se desangra
acuchillado por
el filo incisivo de las lluvias.
Recurramos a
victorias insurgentes,
resbalemos a
raíz del coraje
con la caricia
del daño entre los ojos,
pero juntemos la
palabra,
mancillemos sus
respuestas
y quizás los
pájaros evocados por Brines
ya no emprendan
el vuelo y retornen.
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