Hay cuatro
millones de emos esparcidos por el suelo
junto a una
lavativa y el requiem de mis sueños
pero no me
importa.
Hay una cruz
en la parte más alta de la noche,
en el callejón
prohibido por donde nunca pasa nadie,
pero no me
importa.
Hay dos cosas
que nunca pude unir, dos cosas
que se
mantienen inalterables aunque yo les hablo
aunque procure
distanciarme del resto,
que mi pena
sea atemporal, distanciarme del resto,
perderme en mi
propio desequilibrio, dormir en paz
a veces.
Cuatro
millones de emos esparcidos en el suelo
pero no me
importa,
ya nada
importa en este mundo de vivos muertos
y de muertos
que
y de muertos
que bailan por mis ojos cuando mis ojos
se cuelgan de
un imposible y se aniquilan
contra el muro
de las cosas que ya no pueden ser
porque ya
fueron, porque ya fue todo.
Bienvenida al
club de los patéticos,
he soñado que
venías de la mano con otro
pero no me
importa .
Te he estado
contemplando mientras servías esos vasos,
he querido
decirte que a pesar de todo no me importa
que no me
conozcas, que no sepas interpretar
esa mirada mía
a través del vaso,
pero qué vas a
saber tú de mi, de este letargo
atado con las
cuerdas de la ira de intentar
que alguien me
conozca por encima de él,
que alguien
acabe con este patetismo ilustrado
donde una
mujer y una pistola lo dicen todo
donde suena
una canción de los smiths
mientras
vomito una mierda de película
y la vírgen
escampa en todas las esquinas de la península
y la puta se
olvida de quererme.
Cada dia me
enamoro de seis mujeres distintas,
pero son doce
ojos gritando libertad
para el hombre
que tampoco me entiende,
ese nombre que
esconde tantas cosas
por debajo de
los niños y señales de tráfico,
de las paradas
de bus y los colegios
donde esperan
esas madres su recompensa.
Yo perdí la
cuenta de los tesoros que gasté,
de las cosas
que se me escaparon
por las
rendijas de la ciudad.
Cada día me
enamoro de seis mujeres distintas,
y sólo creo en
la última.
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