Una canción a medias y luego
se marcharon.
El todo y la nada mutilados
en una cama hecha de sangre,
dos cuerpos mitigándose de
pena
como si nada hubiera
sucedido.
Atrás se rompen páginas,
se encienden los semáforos,
una pareja se besa en la
boca del metro
y la ciudad se me antoja el
cuadrilátero perfecto.
Estoy esperándote. No te
tengo miedo.
El juego no tiene límites,
hagámoslo rápido y sin
manchas,
el asesinato perfecto, los
amantes silenciosos.
Las putas y Bukowski no te
cubren,
allí donde llegué yo con las
manos vacías
tú llegaste sobria, cinco
minutos tarde.
Ya no me dejo la noche
contigo
ni la copa en tu boca me
sabe más dulce.
Ya no son horas. No
malgastes
los zapatos del rencor.
El círculo no me pesa,
aprendí a mirarlo
teniéndote dentro.
No te puede temblar la mano
ahora.
Sólo el poeta sabe esto,
el verso apenas lo intuye.
La urgencia de caminar
rápido a la muerte
hará que beses a otros
hombres
y yo me sienta más vivo
todavía.
Dejo en tus labios la culpa
y la vida
y eso te perseguirá como un
balido
en la noche más triste.
Porque yo ya soy tu sombra,
tu noche y tu miedo,
tu paciencia y tu erotismo.
Soy la redención proscrita
del pasado.
Si hice trampas, yo quise
perder contigo
aunque tú no lo creas.
No debes volver a nadie.
El sexo en tu adiós
será el polvo más trágico.
Y no te vendo más películas
aunque sea el último John
Wayne.
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