Cuando fuimos
drogadictos
dejábamos el
tiempo en esas sombras
cobrándose la
estancia y el peaje.
Hablábamos de
ser conscientes,
siempre
esperando algo en el diván
de las
emociones.
No pensábamos
en las cuentas pendientes,
no
descuidábamos a los amigos,
nadie hablaba
de los salarios mínimos
ni de los
hijos que alguien pariría
por nosotros.
Cuando fuimos
drogadictos
el lado
salvaje del camino
era la única
verdad intimidatoria,
lo creíble y
lo real, lo misteriosamente nuestro
en aquellas
barras de ceniza y mármol.
Cuando fuimos
drogadictos
amanecíamos
esperando a la mujer propicia,
mirábamos el
espejo con los puños apretados.
Arráncabamos
las páginas del tedio,
nos comíamos a
besos y soñábamos
muy por encima
de la media.
Cuando fuimos
drogadictos
se me fueron
muchas miradas
por el
sumidero del hombre que esperaba
porque en el
fondo sabíamos
que estábamos
celebrando
el final de la
noche en una cama
y la puesta
del día
en otra
muerte.
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