Cuando te
detienes en la poesía
sé que todo lo
demás siguió su curso.
La secuencia
del párpado inflamado,
las ojeras que
fabricas para otros,
que remiendas
en tu llanto,
la cordura que
sube las escaleras
de dos en dos
contando los minutos
en los que ha
de vencer
la mujer sobre
la bestia.
Cuando te
detienes en esta silla eléctrica
dónde yo me
hago de carne
y pierdo el
punto aquel donde podíamos
dejarnos ver
caer entre daños y perjuicios.
Cuando nos
ponemos frente a frente,
cuando nos
exponemos de una manera insana,
cómplices del
temblor y el desaliento,
de la puerta
de atrás donde el incendio
brota por tus
labios y el precipicio
empieza en el
vacío al que regreso.
Es entonces
cuando te miro
y sé que casi
me oyes,
me aplastas
con el silencio,
me desencajas
y haces que llegue exhausto,
que dilate en
esta ecuación de versos
donde el mayor
problema es que tú no restas nunca.
Donde no es tu
boca de lo que vengo a hablar
sino de tu
boca para mi.
Donde un triángulo
es una suma de conciencias
en la
irresponsabilidad de mi ternura,
allí donde
empezamos a entender lo de la causa y el efecto.
Pero hoy, en
esta oscuridad y
delante de
estos amigos,
de esta semana
que está herida de muerte
sólo he venido
a decirte que lo siento,
siento unas
ganas terribles de hacerte el amor,
siento que he
ganado la batalla moral del desamparo,
siento que
nadie más vaya a escribirte como yo,
y en eso no te
voy a dar más treguas,
y en parte no
me va a doler ahora
saber que hay
algo que en el fondo
sé que me
aleja de ti.
No hay comentarios:
Publicar un comentario