Cuando tú y yo
estemos hechos fosfatina
y nadie nos recuerde
en el primer aullido
primitivo,
lejos de la galaxia,
a miles de años de lo que
fuimos
ya no podrás decirme que no.
Permanecemos inmóviles
en el centro de gravedad de
la poesía,
lágrimas acordonadas que
salen lentas
de tu boca al folio, al
pensamiento,
de la trágica comedia que
inventé
y que nunca trajo
nada nuevo.
Sometidos a una nueva
temporalidad,
a un nuevo laberinto
espacio-tiempo,
tocarte era química, física-cuántica,
sujetar extremos,
destripar al mundo.
Pero dime dónde apuntaste
nuestra fecha de caducidad,
dónde guardaste los
extintores
para el deseo, tu neutralidad
para conmigo.
Dime, si ya alcancé el
clímax,
si nada muere y todo se
transforma,
si el cenit de dos locos
adolescentes
fue mi cuerpo entregado al
tuyo
en aquellos planetas sin vida,
aquel después desértico,
aquella plaga.
Dime si en tus ojos ya fuera
todo
un agujero negro,
una mentira cálida y
alargada,
una venganza para la cara b
de la humanidad, para el
hombre malo
qué sentido tiene entonces soñar
que pongo un pie en tu
núcleo,
que te conquisto
que soy el primer astronauta
clavando la bandera de la
ternura
y la tozudez.
Dime, si ya elegiste por tu
ombligo
salvarlo de mis garras, de mi
invasión
casi te dejo las llaves de la
nave
y vuelves tú solita.
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