Sobre el martirio de los disparos
se alzaba una ciudad en ruinas.
Sobre sus cenizas, la carne de Pompeya
recobraba su vitalidad.
Héroes por todo lo vivido,
alejados de su ignorancia y su vigorosidad
desfilaban los gigantes por mi pecho.
Pasabas tú de puntillas por mi pena,
el techo olía a muerte, tus senos se esparcían
por mi boca a la velocidad del viento.
Sudábamos enfermos la última colilla.
Ahora lo grito en alto pero entonces
lo silenciaba destruido:
Si alguna puta se cambió de acera
yo también me cambié de puta.
Sigo lamiendo
paraísos artificiales y estructuras
de naturaleza muerta.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar