Y aquí me
encuentro a salvo. Y ni siquiera sabes dónde porque ni siquiera te he invitado
al estreno. Aquí me encuentro lejos, perpetrándome una y otra vez contra la
imagen desfigurada del entorno, mis ojos secos que amaron poco, estos que ahora
salivan la nostalgia y gritan como perros en la quijada de la ciudad herida.
La
incertidumbre es la más genial de las fases, la única que la vida protege a
través de los minutos y los pasos. Tu muerte está esperando pero todavía te
debe tanto. Como cercenarse en dos para después parirse, de otro modo, con
otros hábitos, otras veleidades. Cómo protegerse de los cambios, si la
velocidad es lo único que me recordaba porque soy, existo, deambulo.
Y Leonor no
sabía nada de esto, por eso tuve que enseñarla a abrirse de piernas antes de
que su cabeza de chorlito pudiera aprenderse la lección. Dos horas después
todavía sonaban los últimos remansos de una furia desmedida y ruin, y jamás
volví a pensar en alto para ella. ¿Para qué? Su boca estaba desorbitadamente en
otra dimensión, allí donde sé que nunca llegarían mis palabras.
Dos horas
después desperté de aquello, con mi realidad entrempada y mis nueve de la
mañana muy parecidas a las tuyas. Sólo que del baño a
mi cama
revuelta suelo dejar estos versos antes de que la voz de Quique destape el
tarro de las esencias y la vida no me de cuerda hasta dos horas después.
Lo que viene
después no lo recuerdo.
Lo que no pasó,
todavía me despierta.
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