He tenido la
suerte de escribir los versos más tristes que tu boca pronunció, luego vino lo
de dejarme ir entre calles llenas de silencio y prostíbulos sedientos. De todo
quedó la nada y una vigilia a medio hacer que siempre me ronda. Los penúltimos
nunca se fueron y esa es la razón de que cierre tantas calles.
Yo sólo tenía
que mover los labios para parir un poema, tú sólo tenías que cerrar las piernas
para darme por vencido a la vida. Pero la vida está encabezando una revolución
y una mujer está saliendo de tu vientre. Estás dejándote hacer al futuro, estás
invirtiendo una tristeza que se hará de fuego para la carne. Mientras tanto
superviso tus faltas e intento cuidarte a través del espejo público.
Veo tu
amor impregnando mi mejilla y mi mirada al vacío como queriendo congelar el
tiempo. Van a pasar las modas y no voy a poder detener el ciego, pero yo seré
fiel a tu ventana si algún día vuelves a creer en mi. Van a pasar las modas y
tendré que pronunciar salmos en otras bocas, cobijar sueños en muchas camas,
redimirme y someterme a la ley del deseo. A la inequívoca verdad de que el hombre-luz
que me guía no pudo parar ese amor tan fiero y desquiciado, y al volver del
teatro todo vale y más sabe el poeta por tierno que por constante.
Ahora me ha
tocado claudicar cuando quería salir, me han quitado la máscara y he recortado
cinco rollos de película. Ahora me han puesto una nariz postiza, y tocándome
los labios me han sugerido que hay una puerta al final de mi esperanza. Pírate
y todo sabrá mejor cuando lo escribas… Pero yo nazco un 29 de febrero cada día,
cuando esas zorras saben como pisotearme el trasero y cobijan mi rendición en
esos labios inefables, llenos de mentiras y corsés. Me han bastado dos semanas
para conocer lo frágil que eres, para despedirme de ti sin guerras. Ahora ya
sabes quién soy al otro lado del teléfono, pero nunca a ese lado de la cama.
Ocho cifras en el espejo del baño y en un poema a mitad me basta para
desnudarme. Lo de tus ojos siempre es pánico. De lo demás, puedes quedártelo
todo, porque tu mentira es preciosa para otros, seguro, y mi camino tiene las
horas contadas.
Todos escriben, todos saben que yo escribo. Todos me juzgan y
ya empiezo a estar cansado de hacerme el triste. Hasta ella me cansa, cuando
juré que volvería a ser de piedra y destriparme sólo a ratos. Me cansa porque
la traigo en una orilla para mi, intacta, resurgida entre olas y resquicios, y la voz de Robe me la trae
vestida de alquitrán para mis sueños. Pero ella nunca. Y nunca tiene cada vez
menos palabra. Y sus ojos me escupen día sí día también, y el hombre circula
por inercia pero ya cada vez tiene menos culpa, y suele desgastarse para ellos
aunque el circo no lo vea del todo.
¿Qué queréis de mi? Si nada me guardo.
¿Quieres saber cómo tengo la polla? Mi polla es una cruz errante que se
maltrata contra el tiempo cada vez que sudo a solas y la cama parece un
crucigrama. Señora muerte, pase usted primero. Porque me he hecho misógino y le
debo una.
Y si puede llévese a esas ratas inestables que martillean mi corazón
sin detenerse. Me han bastado dos semanas para salir del ring, y ahora sé que
sólo yo peleaba en el rectángulo. Encontrarás otro poeta de bolsillo. Yo no
encontraré otros cuerpos, porque mi amor en esos cuerpos ya no cabe. Odio y
firmeza ante la nueva desesperación del finde.
Ese, ése que véis vilipendiado soy yo. Y no tengo llantos ni correos en
la puerta. No sueño veleidades ni rompo hímenes. No, ya me he quedado estéril.
Era la mujer un precipicio para mi poesía pero ya no sé caer de pie. Si
mojabas, era antes. Si yo podía haceros reír, era por cortesía. Si nadie me
deja hacerla feliz será por algo. Cobardes. Yo por lo menos caigo. Y una vez se
besa el suelo ya no se aprecia el labio. Hoy es una noche preciosa para irse.
Tengo las lágrimas atadas. Y la noche está llena de nudos, de tragedias
griegas. Sólo yo tengo derecho a mi tristeza. Putas y borrachos. No tenéis ni
idea. Caerá la noche en Manhattan pero yo estoy en Valencia.
Avería y redención
para esas hienas.
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