Escribir es
fácil si sabes cómo. La primera en la frente. Sabemos los dos de mi
inteligencia desbocada casi tanto como de mis juicios y mis desoladas aptitudes
para mantenerme hermético. Me conoces cuando me apuntas a la frente y te lo
callas todo, me conoces cuando te dejo el pañuelo de los cambios y al frotarlo
con tus ojos te sientes la única gallinita ciega. Miedo. Miedo. Miedo. O quizá
no.
Terribles visiones me azotan. Todas estas cosas que lees se marchitarán con
el tiempo y te faltarán brazos para aguantarme en mi desesperado truco final. Te
empeñas en escupirle a la mano que a veces te devuelve a la vida. No te culpo,
he cometido demasiados errores. Casi tantos como tú.
Te hablo de un viaje y una
tienda de campaña, un beso certero que me dejó postrado un par de años más o un
paseo en barco hasta tu casa con ese “no digas que no” en la memoria. Has
acabado por darte la razón, y ahora de lo que queda de nosotros sólo se pueden
sacar migajas, martirio y brea. Ceniza por debajo de los cuerpos y los llantos.
Claro que todo lo que soy está en mis ojos, debajo de los tuyos, para
cerciorarte de que ya me tienes lejos. Lo conseguiste. Se ha abierto un mundo
entre nosotros. Me haré grande para que tu casa me siga pareciendo pequeña. Me
haré grande y recordarás estas palabras como una cruz indispensable.
Ruido para
vírgenes sedientas y cadavéricos errantes. Casi al final del sueño, casi… pero
desde que hay que tocar antes de entrar tu nevera descongela trapos sucios. Me
voy y te encuentras. Te dejo y me evaporo. Eres ya tanto de ellos que voy a
renunciar a seguirte. Lo he intentado todo. He escrito mapas en los vértices de
mi oscuridad, he agrandado las orillas para esperarte, he escrito canciones sin
música, he descrito soledades y traiciones con un peso en el estómago que
sesgaba como puñales, he puesto versos en tu boca para dejarte seca, pero ya no
puedo rescatarte.
Me debes un
cuadro que resuma todo esto. Entre el bien y el mal se quedan ellos. En el otro
extremo de eso, tu asesino. Porque yo te rematé después de ti. Y cuando miro
fijamente tus ojos, sé que podrías enamorarte de mi padre fácilmente. Tiempos
de renuncias y desatascadores. Mueve los trastos y deja a un lado un cuarto
frío por si vuelvo. Lee tu futuro en otras manos. Será lo mejor que puedes
ofrecerme ahora que sangro ya por esto, que no mato por tus lunes. Y respira.
Respira tranquila que ya no quedan fuerzas para eso.
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