No digas no
porque hay mil hombres estrellándose
donde tú acabas.
No digas no
mientras los coches pasen a velocidad de
vértigo,
mientras los bares dejen sus párpados
abiertos
y su voz entrecortada.
Yo sé de las promesas fraudulentas,
de los semáforos hambrientos,
de tus ojos en activo, de tu sombra
recogiéndome en la acera.
Yo sé de ti pero a veces quisiera no
saberte,
dejar que todo cuadre, estrechar el lazo
con tu ausencia, ser de todas,
escribirle este poema a ella.
Sonabas como un perdón en la niebla.
Y yo te vi temblar entre sus brazos
y vi en toda tu expresión un motivo
para no sentirnos solos.
Mi corazón crujía entre dos hielos
pero eras tú y por eso nada más que el
roce
de tu voz para sentirme libre.
Y las calles hablaban de una mujer
corriendo
detrás de sus temores, deshaciéndose en
sus pasos
hacia la vida.
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