Anclado a los mismos
días que tú
pero a otro ritmo
no me pareces
tiempo.
Sólo entonces
empiezo a desnudarte la mirada
como si lágrimas y
besos
fueran a parir a
nuestro hijo,
el hijo del amor que
no se atreve a nacer.
Espeso entre los
senos de la muerte
se adivinan los
versos de sexo retenido,
ese silencio que
golpea abajo casi por encargo
y me hace daño entre
tus piernas.
La ecuación de lo
que pudimos ser
la resolvemos a
deshora en el presente,
por eso amar no tiene
sus cuentas al día
y la ternura es un
billete de cincuenta.
Lo que dejamos cada
noche al encontrarnos
no es más que el
vacío aquel de la inconstancia,
esa de la que te
hablé cuando ya te conocía
y habitaba las
mismas calles y parques
que tu sombra.
Fue más fácil
conocerla a ella que a ti
aunque en la noche
se me esté muriendo.
Ni las sombras ya
pueden seguirme
cuando tomo la
primera y me disperso en una barra
como si el último
polvo de mi vida
estuviera pidiendo
un taxi.
Dormir nuevamente en
la orilla de tus labios
es navegar contra
corriente, y eso moja,
por eso acercándote
a mi te sientes libre.
Que yo no te cuento
las olas hasta el puerto
ni te curo
cicatrices.
Todo es principio
contigo,
amor y tregua,
renúncia y cambio.
Y soy el ciego que
quieres aunque necesitemos
que nunca se lo
digan.
Ellos, que pudieron
ser Nosotros.
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