Son las 8.11 de la mañana de un Domingo cualquiera.
Laura duerme con la tv encendida sin volumen imagino que llegaría de currar
sobre las dos y sería imposible entrar en un cuarto lleno de ronquidos
exacerbados. La doy un beso en la frente y la dejo que sueñe, que siga
perforando cualquier aventura en fase REM. Meo y busco a la gata en la
oscuridad. Pasa de mí como siempre pero eso no es nada nuevo. Detenido el libro
que iba a servir de arranque para mi primer ensayo o algo parecido a una novela
pienso en que algún día tendré que devolverlo a la vida "trata de
arrancarlo, Charly". Me cuelgo el “San Benito” de saber distinguir
decadencia y miedo. De salir a regalarse cargado de altruismo o encerrarme todo
el finde entre mis cosas. Estirar el chicle siendo artista es de las cosas que
más temo en esta vida. Despojarme de lo que soy y ponerme una máscara de lo que no,
simplemente me aterra. Por eso juego entre dos pasajes ambiguos. El que se
quiere quedar y el que siempre está huyendo. A mi edad, los viejos amigos salen
una vez al mes y las otras tres semanas cuidan de sus hijos, amontonan facturas,
se hacen una paja a la hora de la siesta o equilibran su vida entre cursos de
cocina y almuerzos al sol de su barrio. Yo salgo tres findes al mes y descanso
uno, no somos lo mismo. Pero este finde he vuelto a conseguir quedarme en casa
con mis cositas, grabar una canción con el Fuck1, comerme alguna película de
sesión de tarde. Me pongo una playlist de ese spoty que he dejado de pagar y
aleatoriamente me saltan esos temas que me acompañan en las noches de vigilia.
A veces quiero escuchar canciones que me pongan triste. Es un bucle
intermitente que va un poco con mi personalidad. No me creo la felicidad
completa. Es todo mentira. Soy de esos tipos que necesitan bailar en el
alambre, en la melancolía y la nostalgia de que cualquier tiempo pasado fue mejor.
En twitter el ambiente sigue tóxico. Cuatrocientos amargados disparando a todo
lo que se mueve mientras yo eyaculo en tiempo real el penúltimo ciego SIEMPRE
EN MAYÚSCULAS y un tío con cara de baboso integral se pregunta por qué no lo
quieren ni los taxis. Quien no cuestiona la labor de los bomberos en el
incendio de Campanar, lapida a una actriz por dar su opinión sobre la libertad
de expresión. Claro que en los 80s había patriarcado, heroína, censura y
palizas en casa. Yo me crié en un colegio del Cabanyal y puedo dar fe de ello.
Casas tuteladas, reformatorios, atracos a navaja muchos días dónde teníamos que
ir buscando la ruta menos peligrosa, y patatales dónde jugar a fútbol entre
jeringuillas era el pan de cada día. Y mujeres que tenían que bajar con dos
quilos de maquillaje para tapar un bofetón. Pero a nivel del arte, de la
expresión, si fue una época mucho menos censora que la de ahora. Que os tenga
que explicar a estas alturas que en 2023 encierran a titiriteros, cantantes y
sigue en vigor la ley Mordaza tiene delito. Hay gente capaz de darle la vuelta
a lo que se ha querido decir a costa de dejar su verdad impoluta. Quién tiene
su colección de fieles que harán palmas con las orejas cuando su guía
espiritual dicte su veredicto y seccione otra yugular sin escrúpulos. De esos
hay muchos en la red. Mientras, al otro lado de las cosas me desbordan tus
silencios. Y ya no importa nada más que lo que me empuja al mundo. Estaré toda
la semana pensando en ese concierto de Quique González el sábado en Barcelona.
En ese viaje, esas calles de la ciudad Condal, el reencuentro con Teko y Kiko y
las dos horas llenas de pequeñas canciones ambulantes que recuerden lo que fuí
con alguien. El domingo que viene será muy diferente a este, olerá a pólvora y
a grasa. Y yo vendré vencido oliendo a alcohol y mugre. Por eso me adelanto.
Porque seguro que ese día…ese día no tendré ganas de escribirlo. “Y todo lo
demás… y todo lo demás qué importa…”
https://www.youtube.com/watch?v=s8Zi4yPQhoA