lunes, 25 de enero de 2016

EL ÚLTIMO HOMBRE







La sagrada escritura revive en unos labios,
abyectos pensamientos retoman la palabra:
es el invierno en toda su extensión
una vergüenza de mí mismo.

Me quiebro en todos los espejos,
me pierdo en espirales y sombras,
la muerte te alcanza un día moribunda
pero el resto de la vida te acompaña.

Siervos de Dios proclaman la plegaria,
las voces retornan de un ayer confuso,
juro solemnemente
descerrajar el corazón
cuando amanezca.

Me han desheredado y no sé de dónde,
gocé frenético aquel cambio,
las manos siguen tristes,
los ojos de cera y la luz tenue
proyectándonos hacia dos extremos
irreversibles.

Entre yo y tu presencia
se sacan conclusiones en un cubo
de un pozo sin fondo.

Sé que me escuchas cuando te miro.
No era la tristeza un burdo pasatiempo,
ni la noche una mentira por tu alma.

Atado a aquel cordón umbilical
me vi entregado a la evidencia
como la oración en el naufragio.

Todas las flores insepultas
que nazcan en tu rostro
serán caricias de otro tiempo.

La ecuación de tu vientre
me expulsa al paraíso:

sangre, vísceras y moscas,
heridas que se curan tocando.

Soy el último hombre

al que amo.

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