“Lo
único claro es por qué se pudren los muertos.
Con todo
ese veneno en el cuerpo…”
Cesare
Pavese.
Empiezo
a ver en ti una mitad invisible
que
surge de los metros que se atrasan
y los
paseos donde la noche ejerce
su
soberana canción de multitudes.
Es ahí
donde convergen
la
inmunidad del hombre y tu sarcasmo,
no muy
lejos de tu mirada y de la mía,
puestas
de la mano de Dios
ajenas
al porvenir.
Hay un
idioma que no voy a saber explicarte,
al que
le cuesta llegar a la orilla
y sólo
se detiene en tu sonrisa vertical,
aquello
que llamamos paz interior
o
reminiscencia.
Esta
mañana ojeaba el periódico
mientras
la mañana cogía un bus rojo
y
pensaba en ese tren lleno de lágrimas
y en dos
desangelados huéspedes
desnudos
frente a frente
sin nada
que decirse.
Lo que
quiero advertir es que tu historia
puede
ser la mía o viceversa,
y yo te
estoy escribiendo por si acaso
-y en
eso vuelvo a repetirme-
no
supiera explicarlo.
Se trata
de literatura obtusa,
ceniza y
pus por encima de los llantos
como un
suspiro que se guarda para dentro.
Se trata
del oficio de vivir, intensamente
mio,
también a medias.
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