Caminamos erguidos como si aquello no fuera...
Con nosotros.
Y como sucios harapos
Y como sucios harapos
incordiamos en
el hotel de los necios.
Las melodías
devienen luz en polvo,
su piedad en
silencio,
la calma en
mareas.
Incorregibles
violentamos los párpados
e imaginamos el
mar. Por la orilla de tus ojos
se muere un
velero blanco.
De tu cueva
agrietada por perennes lluvias
a mi lengua
salpicada por los acentos
han quedado dos
amantes en un barco de madera.
Silenciaron sus
promesas para mentar sus sueños.
La barca, ya
cansada, rompió aguas.
Quedamos
anclados a una vieja comedia
donde seducen
los llantos e hieren los latidos,
donde la soledad
nos da el pan duro del mañana,
donde en el
oscuro abandono del naufrago
carecemos de
respuesta ante el amor.
Y en las
brújulas ya no queda nada por lo que amanecer,
y te suplo con
nuevas invenciones
y lágrimas
recuperadas.
Serás la mujer
que se pierde en la inmensidad de los mapas
mientras la
palmera se desnuda contra el viento
y esta isla ya
no es sólo espejismo.
La garganta dejó
de recitar los últimos versos
que habían
resistido la batalla. Regresemos entonces
al lugar donde
supimos crecer
sin una infancia
redentora que responda.
Así,
infatigablemente anclados al recuerdo y al olvido
limpiémonos con
la mortaja del alba.
Siempre habrá
tiempo más allá de los sueños
para
encontrarnos.
Desde aquí
podría volver a tu barrio
con el corazón a
cuestas
añorando un
quizá pintado a labio.
Y puede que la
mañana violenta
me traiga tu
ausencia velada en ciernes.
Después sólo
quedarán direcciones muertas
y lecturas entre
el pasado y la estación.
La breve
inconsciencia me delata. Una noche te perderé
y nadie vendrá a
tu entierro.
Entonces los
días contados se harán fuertes
y el hotel de
los necios será ocupado por otros,
y esta silla
vacía se llenará de cenizas,
de amores
subastados al tiempo.
Brindemos ahora
que los labios escuecen todavía,
que los ojos
adolescentes aprendieron a mirar,
porque luego el
crudo invierno hará parada
dejándonos
postrados a la orilla del camino.
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