lunes, 23 de enero de 2012

EL HOTEL DE LOS NECIOS





Caminamos erguidos como si aquello no fuera...
                                                                                    Con nosotros.

Y como sucios harapos
incordiamos en el hotel de los necios.

Las melodías devienen luz en polvo,
su piedad en silencio,
la calma en mareas.

Incorregibles violentamos los párpados
e imaginamos el mar. Por la orilla de tus ojos
se muere un velero blanco.

De tu cueva agrietada por perennes lluvias
a mi lengua salpicada por los acentos
han quedado dos amantes en un barco de madera.
Silenciaron sus promesas para mentar sus sueños.

La barca, ya cansada, rompió aguas.

Quedamos anclados a una vieja comedia
donde seducen los llantos e hieren los latidos,
donde la soledad nos da el pan duro del mañana,
donde en el oscuro abandono del naufrago
carecemos de respuesta ante el amor.

Y en las brújulas ya no queda nada por lo que amanecer,
y te suplo con nuevas invenciones
y lágrimas recuperadas.

Serás la mujer que se pierde en la inmensidad de los mapas
mientras la palmera se desnuda contra el viento
y esta isla ya no es sólo espejismo.

La garganta dejó de recitar los últimos versos
que habían resistido la batalla. Regresemos entonces
al lugar donde supimos crecer
sin una infancia redentora que responda.

Así, infatigablemente anclados al recuerdo y al olvido
limpiémonos con la mortaja del alba.

Siempre habrá tiempo más allá de los sueños
para encontrarnos.

Desde aquí podría volver a tu barrio
con el corazón a cuestas
añorando un quizá pintado a labio.

Y puede que la mañana violenta
me traiga tu ausencia velada en ciernes.
Después sólo quedarán direcciones muertas
y lecturas entre el pasado y la estación.

La breve inconsciencia me delata. Una noche te perderé
y nadie vendrá a tu entierro.

Entonces los días contados se harán fuertes
y el hotel de los necios será ocupado por otros,
y esta silla vacía se llenará de cenizas,
de amores subastados al tiempo.

Brindemos ahora que los labios escuecen todavía,
que los ojos adolescentes aprendieron a mirar,
porque luego el crudo invierno hará parada
dejándonos postrados a la orilla del camino.





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