A
Antonio Sánchez.
Querido amigo,
usted y yo hemos decidido
martillear los
muros de la verdad con nuestra mentira,
usted y yo
hemos usado un lenguaje especial
para entendernos,
para cubrirnos de los mediocres,
para llenarnos
de ternura sabiendo que esa palabra
está
vilipendiada y sobrevive por impulsos,
aunque
nosotros la pongamos en la boca
mientras una
mujer aprieta el gatillo de la indiferencia.
Porque
nosotros venimos de una buena educación,
de viejos que
odiaban al fascista y oían a Serrat,
venimos de una
manera de hacer las cosas por hacer,
de jugar por
jugar, de darle de comer aparte
a quién sueñe
entrar en nuestra historia de prestado,
nosotros vamos
a los bares y bebemos,
salimos y
bebemos, cantamos y bebemos,
aunque luego
nos caiga a plomo la nostalgia, el remordimiento,
porque usted y
yo sabemos del abismo y del vacío,
hemos visto la
ciudad temblar, al desaliento prescribir,
hemos sudado
cuerpos que no merecíamos,
hemos escrito
sobre cuerpos que quizá no nos merecen,
y por eso
hemos amado al decadente, hemos compartido
noches
hablando de Panero, de Montero o de Pessoa,
hemos dictado
sílabas que nadie va a escuchar
sino es mi oído
para ti, mi brazo para ti mi compañero.
Y hemos visto
al sueño fundirse en lo que fuimos,
renegar de
aquellos tiempos, demacrarse en las calles,
hemos vuelto
allí donde fuimos jóvenes,
donde la
piedra hizo camino y nosotros hicimos piedra
y machacamos piedra
y conocimos la droga
y de la droga
un verso y de un verso un beso, amigo.
Nosotros, que
hemos usado un lenguaje especial
para
entendernos, algún día reiremos de todo esto,
ya no
importarán esas mujeres que hoy importan,
ya no
importarán las veces que nos estrellamos,
las palabras
que desnudaron por fin el nombre,
ese nombre que
esconde tantos llantos, esa lucha
de contruirnos
a base de nosotros, de sentir
y pronunciar,
de latir y dejar que nada amaine,
construidos de
tormentas, de pasiones imperfectas,
vomitados
contra el mañana más decrépito.
¿Quién
sostiene el futuro compañero?, ¿quién sabe
si del ayer
sólo quedaron las cartas y el fracaso?.
Sólo
aguantaron en pie los hijos de la revolución,
hoy condenados
a mirar a nuestros padres con envidia,
hoy con una
deuda en vilo, con la promesa errante,
con las ganas
de que nos arranquen del sueño para siempre,
con el deseo
de que dejen de bailarnos la esperanza,
la madre de
mis lágrimas, el hijo de los otros,
los que nunca
seremos porque ya lo fuimos todo,
los que
hablaron una vez de dos mujeres
y se quedaron
solos y de la soledad, el desamparo,
y de la cruda
realidad una palabra muerta,
donde el poeta
dignifica la amistad y sólo el verbo entiende
donde acaba el
círculo y empieza la vida,
dónde el
cartero deja de llamar dos veces
para bien o
para mal.
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