jueves, 26 de enero de 2012

EL CLUB DE LOS PATÉTICOS.




                                                                                  

                                                                       A Antonio Sánchez.


Querido amigo, usted y yo hemos decidido
martillear los muros de la verdad con nuestra mentira,
usted y yo hemos usado un lenguaje especial
para entendernos, para cubrirnos de los mediocres,
para llenarnos de ternura sabiendo que esa palabra
está vilipendiada y sobrevive por impulsos,
aunque nosotros la pongamos en la boca
mientras una mujer aprieta el gatillo de la indiferencia.

Porque nosotros venimos de una buena educación,
de viejos que odiaban al fascista y oían a Serrat,
venimos de una manera de hacer las cosas por hacer,
de jugar por jugar, de darle de comer aparte
a quién sueñe entrar en nuestra historia de prestado,
nosotros vamos a los bares y bebemos,
salimos y bebemos, cantamos y bebemos,
aunque luego nos caiga a plomo la nostalgia, el remordimiento,
porque usted y yo sabemos del abismo y del vacío,
hemos visto la ciudad temblar, al desaliento prescribir,
hemos sudado cuerpos que no merecíamos,
hemos escrito sobre cuerpos que quizá no nos merecen,
y por eso hemos amado al decadente, hemos compartido
noches hablando de Panero, de Montero o de Pessoa,
hemos dictado sílabas que nadie va a escuchar
sino es mi oído para ti, mi brazo para ti mi compañero.

Y hemos visto al sueño fundirse en lo que fuimos,
renegar de aquellos tiempos, demacrarse en las calles,
hemos vuelto allí donde fuimos jóvenes,
donde la piedra hizo camino y nosotros hicimos piedra
y machacamos piedra y conocimos la droga
y de la droga un verso y de un verso un beso, amigo.

Nosotros, que hemos usado un lenguaje especial
para entendernos, algún día reiremos de todo esto,
ya no importarán esas mujeres que hoy importan,
ya no importarán las veces que nos estrellamos,
las palabras que desnudaron por fin el nombre,
ese nombre que esconde tantos llantos, esa lucha
de contruirnos a base de nosotros, de sentir
y pronunciar, de latir y dejar que nada amaine,
construidos de tormentas, de pasiones imperfectas,
vomitados contra el mañana más decrépito.

¿Quién sostiene el futuro compañero?, ¿quién sabe
si del ayer sólo quedaron las cartas y el fracaso?.
Sólo aguantaron en pie los hijos de la revolución,
hoy condenados a mirar a nuestros padres con envidia,
hoy con una deuda en vilo, con la promesa errante,
con las ganas de que nos arranquen del sueño para siempre,
con el deseo de que dejen de bailarnos la esperanza,
la madre de mis lágrimas, el hijo de los otros,
los que nunca seremos porque ya lo fuimos todo,
los que hablaron una vez de dos mujeres
y se quedaron solos y de la soledad, el desamparo,
y de la cruda realidad una palabra muerta,
donde el poeta dignifica la amistad y sólo el verbo entiende
donde acaba el círculo y empieza la vida,
dónde el cartero deja de llamar dos veces
para bien o para mal.



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